HAMBRUNA MUNDIAL

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

El papa Francisco pidió  más esfuerzos para combatir el hambre y la pobreza en el mundo al conmemorarse el octubre pasado el Día Mundial de la Alimentación en el marco de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Roma. Esta vez su intervención estuvo marcada por el contexto del hambre, que aumentó en 2016 afectando a 815 millones de personas tras más de una década de descensos, y por el drama de la migración forzada para otros tantos millones de personas que huyen de las guerras y conflictos entre naciones.

El pontífice destacó que la inseguridad alimentaria y las migraciones solo se pueden afrontar abordando sus causas profundas, como los conflictos y el cambio climático, que no son una “enfermedad incurable”. Está claro que las guerras y los cambios climáticos ocasionan el hambre, evitemos pues el presentarla como una enfermedad incurable”, dijo, aunque yo agregaría al dicho papal que las políticas erróneas y sumamente capitalistas de los gobiernos permiten la generación de pobreza a límites insospechados. Por el lado de la fiscalidad, dura para los cautivos y blanda para los poderosos empresarios, se genera también explotación, desigualdad e iniquidad.

El guía católico reclamó una “mayor responsabilidad a todos los niveles” para garantizar la producción necesaria de comida, su distribución equitativa y el derecho de toda persona a alimentarse. Se pronunció también a favor de la búsqueda de la paz y el desarme, el consenso de la comunidad internacional sobre el clima, la financiación de programas más eficaces contra el hambre y un cambio en los modelos de producción y consumo.

El pontífice llamó a introducir conceptos como el amor, la fraternidad y la misericordia en el lenguaje de la cooperación internacional, alejando la “tentación” de utilizar mal las ayudas y actuar en favor de unos pocos, en tanto el ministro italiano de Agricultura, Maurizio Martina, expresó el compromiso del G-7 de erradicar el hambre de 500 millones de personas antes de 2030, aumentando la cooperación agrícola y la transferencia de conocimientos y tecnología a las naciones más necesitadas.

Se observa fácilmente que hay consenso sobre cómo los pueblos poderosos están más inmersos en glorificar al capitalismo con sus políticas perversas e injustas que en desplegar su potencial, su inteligencia, en combatir la desigualdad y provocar que cualquier ser humano acceda a bienes inmediatos como el vestido y la alimentación. Y si a esto agregamos los bajos índices de inversión en educación en América Latina, no hay para cuando las cosas se reviertan y el país produzca más.

En Estados Unidos vemos cómo su presidente está empeñado en aplicar políticas agresivas contra las personas solo porque no son gueritos como él. La trae contra los migrantes mexicanos, a los que acusa de criminales no obstante que son blancos los que más perpetran los crímenes más horrendos ejecutando a inocentes con armas automáticas. “Agujeros de mierda”, ha calificado Trump a países pobres como Haití, El Salvador y otros del continente africano.

Ese hombre inhumano no cree que el cambio climático sea un fenómeno perjudicial solo porque así lo cree él. Ninguna opinión científica le satisface, no obstante que en una reunión con el papa se comprometió a ciertas acciones porque, dijo, “compartía principios” con él. Patrañas suyas nada más.

En muchas partes del mundo, como se sabe, la hambruna se incrementa. La gente está huyendo de los países por falta de trabajo, por las guerras. . . y por hambre. No se van de donde nacen solo por gusto, sino porque el hambre desgarra físicamente a cualquiera y causa la muerte. Por ello, el papa Francisco por ello, continúa su lucha particular y busca que los jefes de las naciones compartan su filosofía del bien. No es fácil hacer comprender a políticos ambiciosos de países poderosos sobre la necesidad de hacer un frente común contra la injusticia que anula la dignidad de las personas pobres que carecen de lo elemental para vivir. El poder debe revestirse de humanidad para que sea legítimo.