EL TRABAJO SANTIFICA

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TAREA PÚBLICA

Por: Carlos Orozco Galeana

Fíjense ustedes que la Iglesia católica acertó la semana pasada, al celebrarse el Día del Trabajo,  en clarificar que el trabajo santifica al hombre y le otorga dignidad. En todo el mundo se conmemora porque, esencialmente, el trabajo forma parte de la vida humana. Nuestra Biblia dice que el hombre ganará el pan con el sudor de su frente y por ello apunta, también  acertadamente, que aquel es consubstancial a toda persona. No está permitido, pues, permanecer ociosos, todos tenemos que trabajar para llevar a casa  pan limpio, es decir, ganado a ley.

“Todo trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad”, declara la Iglesia de Cristo.

El uno de mayo,   cientos de miles de personas se concentraron en amplias avenidas para exigir más trabajo y mejor remunerado, incremento de prestaciones y otras ventajas  que permitan acceder a una vida digna y  a contar con todos los elementos que la garanticen. Igualmente, los trabajadores exigieron  respeto a sus derechos.  La explotación laboral es, por cierto, un pecado que clama al cielo.

En París, por ejemplo,  se pretendieron  mejores condiciones laborales y en varias ciudades europeas y de  Asía y en  América Latina  hubo movilizaciones  pacíficas, aunque no del todo pues las acciones y la energía   de los demandantes originaron  lesiones leves  a algunos manifestantes.   Pero en resumen, no hubo en ningún lugar pérdidas humanas por los reclamos.

El trabajo es una prerrogativa de todas las  personas, las Constituciones de los países en general estipulan que cada una de ellas ha de tener  acceso a una actividad que le permita obtener a cambio una remuneración justa, incluso aquellos que, gracias a la modernidad legislativa en varias naciones, son identificados como  personas con capacidades distintas, o sea  las que tienen alguna minusvalía y dificultades  para valerse por sí mismas pero que pueden aportar mucho en trabajos apropiados a sus condiciones físicas y de salud. Es tal la importancia del trabajo, que periódicamente los gobiernos informan y debaten sobre su evolución, cifras y tasas de empleo para alegar eficacia y eficiencia en este rubro.

Por lo demás, en nuestro país, seguimos observando los mismos  abusos de los capitalistas poderosos hacia la masa obrera. Siguen imponiendo su ley y amenazando con llevarse sus capitales si el poder no les cumple con el margen de ganancias requerido o si los trabajadores no se rinden en el reclamo de sus derechos; los empresarios ricos quieren  condiciones que les favorezcan para continuar acumulando ganancias millonarias, a pesar de todas las crisis que se presenten.  Chillan y al mismo tiempo maman. No quieren pagar los impuestos al cien por ciento, siempre buscan descuentos.

Por su parte, los trabajadores siguen sufriendo discriminación y violación a sus derechos humanos cuando entran en litigio con los patrones y aún con el propio gobierno empleador, tan injusto como ellos. Tratándose de trabajadores de los gobiernos, estos manipulan tribunales para alargar los juicios y procurar sentencias a modo. Ser juez y parte es una felonía. Algún día esto se habrá de acabar, pero por desgracia será hasta cuando nuestros socios comerciales se lo exijan a los gobiernos insensibles y cómplices de México.

Por fortuna, gracias al Tratado de Libre Comercio entre Canadá, USA y México, que está por aprobarse en el Poder Legislativo de la Unión Americana, se ha exigido una reforma laboral en México que permita a los trabajadores elegir en libertad a sus dirigentes, algunos de los cuales tienen más de 30  años “sacrificándose” en varias centrales obreras, sirviéndose de las cuotas sindicales y sin rendir cuentas a nadie. Es obvio que el gobierno solapa estas anormalidades de los líderes venales porque cuenta con ellos para burlar los derechos laborales. No hay en otro país  líderes tan millonarios y desvergonzados  como los de México. ¿ A poco no ?

En fin, santifiquemos el trabajo cada quien. Al margen de las injusticias citadas, veámoslo como una oportunidad de realización personal, pero también con un sentido comunitario. Quien abusa de los derechos laborales, aparte de ser aliado del mal,  obstruye el plan de Dios que prevé la felicidad del hombre.  Toda persona tiene derecho al trabajo bien remunerado, parte de su realización humana. Tenemos que cuidarlo y darle el lugar que merece.