El legado de Benito Juárez García

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Sociedad de la información

Por: Alfonso Polanco Terríquez

Hoy el pueblo libre y de buenas costumbres, independiente del rito masónico, junto con la sociedad civil, los diversos gobiernos estatales, municipales o federales en nuestro país, estarán conmemorando el CCXIII aniversario del nacimiento del Benemérito de la América, del Lic. Benito Juárez García, abogado, magistrado del Tribunal de Justicia en su estado, de igual forma en varias ocasiones mandatario estatal y secretario de la administración federal, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la nación y Presidente de la República.

En este espacio no hablaremos ni de su historia, ni de su paso por Colima, tampoco de sus luchas por la defensa de la patria y la consolidación de un estado con el que no contábamos, de eso está ampliamente documentado por la narrativa aprendida en Educación Básica y en las diversas ceremonias cívicas que se realizan en las instituciones educativas o actos oficiales, por eso, en este documento abordaremos cuatro anécdotas que nos darán a conocer su personalidad, su carácter, su templanza, el crisol que lo hizo brillar, su mente, su don de gran conocimiento de la política, su alma: la nobleza, la modestia y la humildad.

La primera de ella sucedió en tiempo de la intervención francesa, se denomina: Incidente con un ranchero en el teatro nacional. La cual da cuenta de la siguiente manera: Entre las muchas anécdotas que revelan la humildad de don Benito -dice Guillermo Prieto, cercano colaborador de él-, figura el incidente ocurrido con un ranchero en el Teatro Nacional, cuando el señor Juárez era ministro de Justicia.

Resulta que Juárez tenía un asiento reservado en dicho teatro, pero una noche llegó tarde a la ópera, y al ver a un foráneo cerrero que se había apoderado de su asiento, le pidió con el mayor comedimiento que lo desocupara, pero éste, indignado, lo maltrató y no se movió de ahí. Juárez se retiró a buscar otro sitio.

En el entreacto el acomodador fue a explicarle al ranchero que esa luneta era del señor Ministro de Justicia. –” ¡Ave María Purísima!”, dijo el ranchero, poniéndose las manos en la cara, “¡Buena la hice!”, y fue adonde estaba el señor Juárez para disculparse, pero el ministro le suplicó que siguiera en su asiento, pidiéndole además al acomodador que no se le molestara.

La segunda, es conocida como lo que ocurrió con una negrita en Veracruz. La misma se da a conocer de la siguiente forma: Siendo ya Presidente de la República, una noche llegó Juárez con sus colaboradores al Puerto de Veracruz, donde de emergencia les dieron alojamiento en una casa particular.

La habitación del Presidente no tenía baño, pero como él acostumbraba bañarse diariamente, al levantarse por la mañana pidió a una negrita que gobernaba la casa que le llevara agua para asearse, pero la negrita, llamada Dolores, confundiéndolo con cualquier criado, le contestó con impertinencia: “¡Sírvase usted si quiere!, ¡Yo no soy su sirvienta!”. Juárez se sirvió con la mayor humildad.

A la hora del almuerzo llegó el Presidente a ocupar su asiento en el comedor; la negrita lo vio, reconoció al que en la mañana había creído un criado, y haciendo aspavientos y persignándose salió corriendo, diciendo la barbaridad que había cometido. El señor Juárez rio mucho, y Dolores fue conservada como excelente servidora, narra Guillermo Prieto.

La tercera, se conoce como el caso del peluquero en la Plaza de armas que conoció Juárez, en Guadalajara, la cual data de esta manera: Una anécdota similar a las dos anteriores fue lo que le ocurrió al señor Juárez con un peluquero de Guadalajara en 1858, cuando al salir una mañana del Palacio de Gobierno, donde estaba hospedado, atravesó la Plaza de Armas y entró a una peluquería ubicada en el portal frontero, para que le hicieran un corte de pelo.

Cabe señalar que el Presidente iba solo, como siempre, no traía escolta (en plena Guerra de Reforma), y al llegar a la peluquería esperó su turno y se sentó colocando el sombrero en la silla de junto. — “El sombrero se pone en el clavijero”, le dijo de mala gana el peluquero, que al verlo chaparrito y prieto ni idea tenía de quién era.

Don Benito tomó su sombrero y lo colocó donde le dijeron, pero al rato llegaron sus colaboradores, que ya lo andaban buscando: “Señor Presidente, ya nos tenía usted preocupados por su ausencia”. Al darse cuenta el fígaro que su cliente no era otro que el Presidente Juárez, se deshacía en disculpas. –“No se disculpe amigo, el presidente es el primero que debe respetar el sitio donde se encuentre”, respondió. Realmente era don Benito un gobernante excepcional.

Hace algunas décadas los libros de texto traían otra anécdota, que daba cuenta de cómo Juárez hace acto de presencia con Juan Álvarez en su campamento en Guerrero, recién promulgado el Plan de Ayutla. A su llegada al campamento pidió entrevistarse con Juan Álvarez, quien era acompañado por Ignacio Comonfort, a quienes manifestó que deseaba incorporarse en la causa.

Ambos le preguntaron qué tipo de armas manejaba a lo cual Juárez respondió que ninguna, solo que sabía escribir y leer. Ante esto Juan Álvarez le encomendó las tareas, de limpieza de su carpa y de la correspondencia. Estaba haciendo la encomienda Benito Juárez, cuando llega ante ellos Porfirio Díaz o Melchor –no tenemos el dato preciso- y antes de saludar al General Álvarez y a Comonfort se cuadra ante el Benemérito de las Américas.

Al percatarse de la situación Álvarez y Comonfor cuestionaron al general Ocampo o a Díaz, porque había hecho esa reverencia y es cuando les manifiesta que ante ellos estaba quien había sido ministro de justicia, diputado y mandatario estatal en Oaxaca.

Estas anécdotas las primeras fueron tomadas de varias páginas web, la última es sobre el recuerdo de los libros de texto, la finalidad es recordar a un hombre que encabezó varios hechos históricos en el país que se materializaron, que imprimieron un cambio profundo a las estructuras de poder en México, para establecer el verdadero Estado mexicano y qué mejor para retratar el tiempo que a través de anécdotas.