DE LA INFAUSTA HISTORIA

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CULTURALIA 

Por: Noé Guerra

Contra la generalizada creencia de que los mexicanos de ahora provenimos de los indígenas nativos de estas tierras, cabe hacer una puntualización histórica asentada en el largo periodo de 300 años que constituyó al virreinato de la Nueva España, País-Estado-Nación configurado a partir de la tutoría monárquica española desde el primer cuarto del siglo XVI. En este punto vale arrancar para establecer que al comenzar el Gobierno de los Virreyes en La Nueva España se encontraron con un conglomerado de elementos humanos diversos, en el que la diferencia de razas y costumbres servía de motivo para establecer una escala de categorías sociales. La raza considerada inferior, fue la de los negros, como, aunque no se quiera aceptar, lo sigue siendo en nuestros días. Al embarcarlos ya estaban comprados o sometidos a una vergonzosa subasta. Cual ganado.

El precio oscilaba entre los 30 y 40 pesos; más bajo aún en la mayoría de los casos al que se exigía por cualquier caballería. La raza negra se considerada infamante, hasta tal punto que se despreciaba al que se contaminase con ella. Desde un principio eran destinados a la esclavitud, a los trabajos más rudos, negándoseles libertad, uso de las armas, a no ser cuando los utilizaban como combatientes, y hasta prohibido tenían pertenecer a órdenes religiosas. Por encima de los negros en cuanto a prerrogativas y libertades, estaban los indios, que durante algún tiempo se mantuvieron defendiendo el territorio que antes ocupaban, hasta que cansados, por las luchas y consecuentes derrotas, claudicaron. Otros, en tribus tardaron más años en someterse, vertiendo sangre a cambio de la de los europeos.

Pero como la conquista española, con todos sus defectos, llegó unida a cualidades de mejoras de los campos y de las ciudades y especialmente mediaba la cultura y la propagación de la fe –cristiana-. De tres maneras entró el indio en la sociedad novohispana; incorporándose plenamente a ella; por matrimonio con españoles; conviviendo con éstos o bien, reuniéndose en los pueblos formados por misioneros. En los primeros casos, el indio fue asimilado lentamente por la nueva sociedad, de manera que aún olvidó su propio idioma y siguió las costumbres europeas, incluso en el vestir. En cambio, los que subsistieron aislados en sus pueblos y misiones, con sus autoridades y leyes indias, se conservaron “indios”.

De la mezcla de razas blanca e india nacieron los criollos, abúlicos y pendencieros, hasta que fueron recibiendo la formación que les hizo comprender que algún día podrían ser dueños de los territorios donde vieron la primera luz; prefiriendo hacer uso de la inteligencia cultivada entre ellos, poniéndoles al servicio del trabajo para conseguir prosperidad. Esta situación de las razas de color fue mejorada primero y después remediada en mucho por la constancia que observaron tanto los Monarcas como sus representantes en América, especialmente los religiosos, evitando a los indios e incluso a los negros penurias y dando a los primeros mayores consideraciones, y a los segundos un trato menos inhumano.

Por encima de todos predominaba el blanco y entre ellos, los españoles, conquistadores y colonizadores, quienes a pesar de sus defectos mantuvieron la fe y un valor inquebrantable siguiendo los impulsos de un gran ideal, que con frecuencia se convertía en quimera no siempre inspirada en el egoísmo. Al hacerse cargo de La Nueva España, el primer Virrey, Antonio de Mendoza, encontró caos que enfrentó dictando leyes. Por otra parte, los Virreyes luchaban no sólo contra las tribus indias, sino también contra piratas aventurados por la oportunidad.

El país, la Nueva España, estaba dividido en Reinos hasta que con Antonio María Bucareli fue dividido en Provincias Internas y en el de Bernardo de Gálvez en Intendencias. Los Reinos eran: Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo León, Nuevo México, y una Provincia: Yucatán. El Virrey proveía a los Gobernadores quienes ejercían jurisdicción en su nombre. Se concedió mayor independencia de actuación al de Nueva Galicia, por desempeñar ese cargo el Presidente de la Audiencia de Guadalajara. El Virrey también proveía de Alcaldes Mayores y Corregidores, salvo en provincias donde eran nombrados por el Rey.

Con los primeros conquistadores de América venían algunos frailes, cuya primera misión era alentar la fe de los exploradores y practicar la de fe cristiana, evitando que cayesen en herejía. Poco a poco y a medida que los territorios conquistados eran más amplios, se aumentaron el número, incluyendo al clero secular, aunque con grandes inconvenientes para la evangelización de indios sometidos, a causa del desconocimiento de su idioma y costumbres, siendo el clero regular el que fue organizando todo hasta fundar la Iglesia Mexicana. La primera Orden fue la Franciscana, a la que siguieron Dominicos y Agustinos, y más tarde los Jerónimos. Unos y otros tuvieron que luchar con los encomenderos, quienes, al verse afectados en sus intereses, veían en ellos más que colaboradores, enemigos. Hacia la mitad del Virreinato de Antonio de Mendoza acudieron paulatinamente a La Nueva España, las religiosas, fundado conventos, tales como el de la Concepción, en 1570, Santa Inés, en 1600, etc., Cerca de 50 diócesis fueron creadas durante el virreinato.

La situación de los Virreyes, no era tan de envidiar. Su mundo no era el de la frivolidad que según se nos ha inculcado. En su función tenían que transigir con las Audiencias y los Corregidores, mermar las pretensiones de poderosos encomenderos y nobles, que, procediendo de España arruinados, acá llegaban buscando enriquecerse y pronto. Por si fuera poco, al llegar acá invariablemente encontraban arcas vacías, dadas las grandes cantidades de oro y plata que se debían enviar a España, y sorprendidos no solamente por ataques de piratas, sino también por inundaciones, terremotos y peor aún, por enfermedades desconocidas y un clima social generalmente hostil.

Pero había algo más grave que se desconoce y que iba contra la dignidad de algunos de ellos, la actitud despótica y de injusticia con la que frecuentemente los trataban sus mal aconsejados Monarcas. A pesar de eso, puede decirse que no todos realizaron una labor destacada por circunstancias ajenas a su voluntad y muchos merecen al menos el justo recuerdo y no el olvido al que los hemos confinado en la historia de esta tierra que hoy es México.